Texto y foto: Luis Vargas @luisevargas
CARACAS, Venezuela, 1 de noviembre de 2020.- A Leonardo Rodríguez, el Señor Baloncesto, no parecía agobiarle nunca un escritorio repleto de carpetas con tareas pendientes y asuntos por resolver. A todas ellas dedicaba justa atención, sólo para agregar de inmediato el bosquejo de alguna nueva idea, el esquema de un libro, algunas notas para su próxima columna. Antes de caer la tarde, apenas un ligero rastro de polvo quedaba sobre su mesa de trabajo.
Para todo hay tiempo en la vida, solía decir.
Este sábado, cuando exhaló su último aliento, rememoramos todo lo fecundo que este hombre hizo de su tiempo vital, con el ímpetu y la disciplina que lo caracterizaba, y la pasión y el humor con el que abrazó cada compromiso y empresa que emprendió y asumió.
Y es que este hijo del llano venezolano profundo no cesó de conjugar los verbos hacer y construir desde que la llama de sus primeros años lo lanzó de lleno al deporte, donde encontró terreno fértil para sus sueños. En ese terreno, bisoño aún, destacó como jugador de baloncesto y tenis de mesa, pero también de fútbol, defendiendo en estos deportes los colores de su entrañable estado Guárico natal y, luego, del Venezuela, como portero de La Vinotinto y del Deportivo Italia en el circuito profesional. Hasta que se decidió por los estudios y se hizo profesor de educación física en el Instituto Pedagógico de Caracas en el año 1965, y economista en la Universidad Central de Venezuela, en el 68.
Sería su Máster en la Universidad de Stanford en 1973 el que le marcaría a fuego. Inquieto como era, a la par de los estudios en tan prestigiosa casa de estudios, se propuso cambiar el baloncesto venezolano. Concibió así la idea de formar una competición centrada en el espectáculo, y al regresar a Venezuela a fines del 73 se dedicó por entero a materializar un proyecto que terminaría por revolucionar al deporte todo: la Liga Especial de Baloncesto.
Su visión tuvo un efecto telúrico. El nuevo modelo gerencial impulsado por Leonardo Rodríguez llevó al baloncesto a ser abrazado por la juventud, convirtiendo al deporte en uno de los más populares desde sus primeros años. No sólo le dio forma, contenido y organización, también le dotó de una vitrina, la radio y la televisión, en la cual se transformó también, allí donde estaba el básquet, en su imagen y su voz. Casi que en su alma.
De allí que cada triunfo del básquet, cada salto entre dos, casi lleve su impronta.
Pero nunca fue suficiente para Leo. Paralelo a esa intensa actividad, también incursionó en el periodismo impreso, con colaboraciones en Sport Gráfico, El Nacional, El Mundo y Meridiano. Y no cesó en sus estudios, licenciándose en la UCV como Comunicador Social en el 86. Y tampoco dejó de impartir clases regulares en el Pedagógico (1966-1995), donde fundó la Cátedra de Tecnología de la Educación, así como en la UCV y en sendos postgrados en la Simón Bolívar y la Santa María.
Es que el tiempo para Leonardo Rodríguez no era una metáfora si no un recurso, el cual administraba con rigurosa eficiencia. Tanto, que a todo lo anterior acompañó con sendos cargos en instituciones públicas y privadas, como la dirección del Instituto Nacional de Deportes, órgano rector de la actividad física del país; la coordinación de deportes de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador; la Secretaría del Comité Olímpico Venezolano; la tesorería de la Federación de Periodistas Deportivos de América, FEPEDA; las presidencias de la Federación Venezolana de Baloncesto, la Comisión Técnica Suramericana de Baloncesto, la Federación Venezolana de Gimnasia, o del Círculo de Periodistas Deportivos de Venezuela.
Y no se puede dejar de mencionar, la realización de cinco libros, uno de ellos de consulta obligada: Venezuela en un Balón, sobre la historia del baloncesto nacional.
Al caer la tarde, ya con todas las carpetas, apuntes, fotos, recortes de periódico, notas y proyectos archivados meticulosamente, quedaba tiempo para leer el diario vespertino El Mundo y tomar una breve siesta, para luego salir fresco al partido de baloncesto de las 7:30 de la noche a seguir con el trabajo.
Cuánta energía había en un solo ser, en el que cohabitaban la encendida pasión con el pragmatismo y la serenidad. «Vamos a buscar soluciones a los problemas, no le busquemos problemas a las soluciones», sentenciaba cuando una discusión se enredaba.
Un conciliador Leonardo, cuando tocaba, un férreo defensor de sus principios e ideas, siempre. Un constructor y un realizador, como pocos dirigentes deportivos y gremiales del siglo XX venezolano. Quizá a la par de quien fue uno de sus mentores, su ejemplo, Don José Beracasa. Uno que con nada hizo mucho por la actividad física del país, esfuerzo que en justicia le entronizó en 2010 en el Salón de la Fama del Deporte Venezolano, del Círculo de Periodistas Deportivos, y que le hicieron merecedor del título «Benemérito del Baloncesto Suramericano, otorgado en 2006 por la Confederación Sudamericana de Baloncesto, Consubasquet.
El sábado, el tiempo de la ejemplar e incuestionable vida y obra material de Leonardo Rodríguez concluyó. El baloncesto que hoy le llora, tendrá presente su legado y le recordará siempre con su frase más emblemática y poética: «Balón al aire, esperanzas al cielo!».
Porque para recordar a un entrañable padre y leal amigo, siempre, pero siempre habrá tiempo.
«Si, si, Síiiiiiiiiiii»