Una cosa es observar el desarrollo de una competencia deportiva desde la ubicación que corresponde a la dirigencia y otra, diametralmente opuesta, es hacerlo desde la de competidor, sobre todo cuando se trata de representar al país de uno..
Por Gabriel Cazenave – presidencia@aips-america.com
Permítanme contarlo en primera persona. En los Primeros Juegos AIPS América de Medellín, me correspondió representar a Paraguay en las competencias de ajedrez. Sabía que con la delegación de ocho componentes (nueve conmigo) que con mucho esfuerzo logró inscribir en la competencia el Círculo de Periodistas Deportivos del Paraguay, se podría intentar una medalla en fútbol de salón y tal vez un par más en atletismo, sobre todo entre los más grandes (fue así, por fortuna).
Eso significaba que Paraguay podía estar ausente en casi la mitad de los deportes habilitados. Para impedirlo, me inscribí en ajedrez, a pesar de que sabía muy bien que el nivel de aficionado no era suficiente para aspirar a posiciones de vanguardia cuando se trata de enfrentar competencias internacionales.
Once competidores, dos de Cuba y la misma cantidad de Colombia. Allí estaba el lote de favoritos. El resto, una incógnita.
Se decidió jugar a un ritmo relativamente ágil, con 20 minutos por jugador, es decir que en ningún caso la partida podía extenderse más allá de los 40 minutos. El azar del sorteo hizo que me tocase enfrentar en la primera ronda a un rival de Cuba, en este caso a una dama, Eyleen Ríos. Por primera vez en mi vida iba a jugar contra una mujer. En el intercambio teórico de la apertura, pronto quedé inferior y tras algunos intentos infructuosos de equilibrar el juego, debí inclinar el rey, sin remordimientos especiales por haber caído en el duelo de géneros.
La segunda partida me enfrentó al más veterano competidor de todos los Juegos, el guatemalteco Luis Emilio Chávez, de 79 años, todo un caballero, que tras dejar muestras de su talento y creatividad en el tablero, cedió en el tramo final y me permitió celebrar mi primer punto y no cerrar así la primera jornada, la del lunes 20, en blanco.
El martes 21 estaban anunciadas las tres rondas finales. Enfrento en la apertura de la sesión al ecuatoriano Mario Calle, que llega con retraso a la sala de juego y en el apuro de tiempo comete muchos errores que me permiten avanzar en la clasificación, con 2 puntos sobre 3 posibles.
En la penúltima ronda (el torneo fue pactado a cinco) otro rival de experiencia se me pone enfrente, el argentino Manuel Antonio García, que jugó con precisión y buen sentido estratégico, pero consumió más tiempo que el recomendado en el análisis del juego y no pudo sostener la franja decisiva de la partida.
Un punto más y ya eran 3, solo medio menos que los punteros, los cubanos Eyleen, mi verdugo de la primera ronda y el único jugador con ránking internacional en el lote, Angel Fernández. Los rivales no se eligen y en la mesa 1 me ubico para definir el torneo ante el gran favorito. Hazaña y campeonato o lógica pura y fue esto último, para la consagración del mejor de todos, sin duda. La derrota me hizo retroceder al cuarto lugar con 3 puntos sobre 5, superando en el sistema de desempate aplicado al colombiano Rodrigo Plata, que había sumado la misma cantidad de puntos.
Segundo fue el local Enrique Rivera, que jugó una muy sólida partida ante Eyleen, quien tal vez confiada, se excedió en el tiempo de análisis y terminó sin margen para el ataque final sobre la homogénea posición del colombiano.
No alcanzó el esfuerzo para una medalla individual, pero sí por países, porque Cuba se llevó la de oro, Colombia la de plata y la de bronce quedó para Paraguay, una muy bella noticia de la que me enteré solo cuando ya estaba en Asunción y recibí el boletín final de los Juegos.
Gracias a mi atrevimiento, pude disfrutar de la experiencia única de vivir los Juegos desde afuera como dirigente y desde adentro como competidor, situación que me permitió valorarlos aun más y ratificar que el paso dado con el advenimiento de esta competencia ha sido acertado y gigantesco.