Por Vicente Dattoli – vicentedattoli@hotmail.com
Río de Janeiro, 22 de agosto de 2016.- El sueño no ha sido buen compañero en los últimos días. De hecho, en varias noches me abandonó. La sensación de pérdida vino fuerte cuando, después de la primera semana, empecé a darme cuenta de que estaba llegando a su fin.
Me preguntaba cómo sería salir de la casa y no ver las calles de mi ciudad llena de voluntarios orgullosos con sus ropas de colores. Voy a seguir buscando esa gran cantidad de personas que caminaban de un lado a otro en busca de la ubicación más cercana para ver la disputa en un deporte que hasta el día previo, era prácticamente desconocido.
Mantenerme en sintonía con WhatsApp, esperando mesajes procedentes de amigos periodistas de todo el mundo, pero trabajando mucho, en mi Río de Janeiro.
Sí, me abandonó el sueño. Se dio paso a la sensación de pérdida de algo que en realidad nunca fue mio. Pero yo estaba allí a mi lado, haciéndome sentir que mi ciudad, mi país, puede un día hacerlo bien, pese a que gobiernos irresponsables hayan hecho todo lo posible para que yo no crea más es eso.
Termino… Y no volverá nunca más.
El sueño, creo, pronto se normalizará. Pero el sentimiento de tristeza, de pérdida, de mirar a la calle y no ver la multitud que descubrió que Río de Janeiro no es tan violenta como algunos mocosos tontos venidos de los Estados Unidos quisieron vender al planeta, continuará apoderándose de mi sueño y haciendo caer, de vez en cuando, algunas lágrimas de los ojos. Los mismos ojos que veían un récord olímpico logrado por un brasileño que casi no tenía familia, pero lo superó. O un estadounidense que llevó a toda su familia a verlo decir adiós a las piscinas demostrando ser el mejor. Tan bueno como un jamaiquino que voló en las calles del suburbio de Río y se convirtió en un «local» más al punto de “sambar” en Engenhão y vibrar con el fútbol brasileño en el Maracaná.
Quedaron recuerdos, sin duda. Como ya he dicho, nostalgia de algo que nunca fue mío ni de los brasileños, pero que aprendimos a compartir con el mundo. La lluvia que cayó en Río de Janeiro en la jornada de cierre de los Juegos de 2016, incluso con más fuerza en la ceremonia de clausura mostró cuánto lloramos al perder todo esto. Regresen siempre, siéntanse como en casa …