Por Alejandro Sánchez S. – asanchez2@elnuevodiario.com.ni
La Habana, Cuba, 20 de abril de 2016.- Treinta minutos, aproximadamente, duró mi viaje desde el Aeropuerto José Martí hasta el residencial estudiantil “Costillar de Rocinante”, en La Habana; el piloto del taxi que me trasladaba me expuso dos preocupaciones: la dirección que le brindé no era tan exacta para ubicarse y Tigres Avileños estaba derrotando 7-0 a Vegueros de Pinareños después de siete entradas, lo cual para él era un trago amargo siendo fanático del equipo derrotado.
Una hora antes, mientras esperaba las maletas en la terminal de equipajes del aeropuerto, escuché la conversación entretenida de dos funcionarios cubanos de Migración, “ya no hay más, los Tigres van a ser campeones”. Abordaban la temática con tanta autoridad que podían pasar como comentaristas de béisbol, de no ser que el uniforme los delataba.
Por fortuna el taxista logró llevarme al hotel, sin embargo, la remontada épica que esperaba por parte de Vegueros no fue posible. Un par de horas fueron suficientes para respaldar la visión que tenemos los nicaragüenses sobre los cubanos, de que el béisbol juega un papel fundamental en su identidad, tanto como si fuera su lenguaje. Me pregunto ¿cómo escapar a nuestras tradiciones si nos hacen pertenecer a una sociedad?
Hace un par de años, leyendo el libro del colombiano Juan Gabriel Vásquez, titulado “Las reputaciones”, que trata amenamente sobre la incidencia de un caricaturista en la sociedad, me encontré con una precisa descripción de cómo se construye o se destruye una reputación. No podemos ser indiferentes a eso, hay que cuestionarnos qué somos y qué significamos. Está relacionado con aquella frase “la mujer del César no solo tiene que ser honrada, debe demostrarlo”, la cual encierra un compromiso ineludible para cada uno de nosotros.
Mi buen amigo Germán Meza, otrora pelotero cubano, campeón recientemente de la Serie Latinoamericana dirigiendo al equipo nicaragüense Gigantes de Rivas y toda una celebridad por su destacado nivel como campocorto y ahora como mánager, atribuyó su éxito a la aplicación adecuada del conocimiento que dispone; y a la pasión que añade durante las prácticas y en el desarrollo de los juegos, como valor agregado.
El encanto que genera la pelota en los ciudadanos cubanos establece un vínculo directo con la cultura, tal como esperaba que fuese; teniendo ellos el prestigio de ser apasionados por el béisbol. Un día, conversando con un diputado en su despacho, humilde y sufrido mientras estudiaba la carrera de Derecho, me dijo: “Sé cómo la gente nos mira en los semáforos cuando nos identifican como políticos y los entiendo”.
Ese crédito que adquirimos, según nuestro comportamiento en un contexto, nos hace ser quien somos, corresponde a una huella que nos identifica. Bastó con escuchar a un taxista y dos funcionarios de Migración para reconocer que el béisbol, así como la formación intelectual, son el común denominador de un pueblo, cargado de riquezas culturales en constante exploración y explotación. Esperar en el aeropuerto y viajar en taxi no podía ser más enriquecedor.