Asunción, Paraguay, 3 de junio de 2015.- La familia del fútbol de América, como una reacción de autoprotección ensayada por culpables máximos, moderados y hasta inocentes, ha elegido acurrucarse en sus bases, reducir a su mínima expresión el contacto externo y esperar impaciente y nerviosamente el devenir de los hechos, mientras buscan que el tiempo opere el milagro de sacarles de encima la polvareda que les ha caído encima tras la detonación del miércoles 26 de mayo, fecha que muchos de los protagonistas de la conducción del fútbol nunca olvidaran.
Gabriel Cazenave – presidencia@aips-america.com
Conseguir información de primera mano es sencillamente imposible. Ni los mejores niveles de comunicación que con el tiempo se pudieran haber establecido a través del ejercicio de la profesión sirven en esta poco envidiable coyuntura que envuelve a la dirigencia.
Por eso, lo que se puede informar con rango oficial son solo los comunicados institucionales que se han dado a conocer en las últimas horas, todos ellos en un lenguaje común de predisposición con la búsqueda del combate a la corrupción y el castigo a los culpables.
Pero que mal le hace a la imagen del fútbol de América y el mundo, que las lecciones de transparencia lleguen de afuera, que es desde donde mas difícil resulta detectar dichas anomalías. Quienes estaban adentro deberían haberlo sabido mejor y los pocos elegidos que puedan llegar a decir con orgullo que no participaron del festín de las dádivas, no podrán seguramente afirmar con idéntica autoridad que no se dieron cuenta de la terrible amenaza para la credibilidad del fútbol se estaba engendrando con estos groseros actos de corrupción hoy desvelados.
Las manchas sobre la bandera del fútbol no se disiparán fácilmente ni con los mejores solventes que se le puedan echar encima. Para lograrlo harán falta acciones mucho más decididas y revolucionarias que los meros comunicados tan similares unos a otros que hasta parecen redactados en un mismo origen.