El ex arquero, árbitro de futbol y crítico de fútbol y turf Guillermo Nimo, falleció en el hospital Otamendi de Buenos Aires, al que había ingresado hace tres días debido a una descompensación cardiaca, a la edad de 80 años.
Por Pedro García Garozzo – pggsport@cdfenix.com.py
Esta irreparable pérdida deja huérfana a la gran urbe bonaerense de uno de sus más pintorescos hijos, que del anonimato de su actuación como arquero de categorías formativas hasta la reserva del club Huracán, saltó a la popularidad y se convirtió en todo un personaje del porteñismo, por dos facetas salientes de su vida: su gestión como árbitro de futbol en las décadas de los cincuenta y sesenta y como comunicador, después que colgó el silbato en 1969 tras catorce años de militancia incluso en el ámbito internacional.
Tuvo destacado papel en televisión y en radio e incluso en el séptimo arte, que le llevó a participar en varias películas.
Uno de sus mayores logros en los medios – pese al insólito horario que cumplía – fue un prolongado ciclo en radio “La Red” de la capital argentina, un programa que se transmitía a media noche titulado “Nimo no perdona”, al que trasladó definiciones personales de sus también exitosas incursiones televisivas, que le conducían a otorgar “la perla negra” a quienes lapidaba con su ácida crítica, o “la perla blanca” a quienes ponderaba por sus méritos.
Su manera de ser le granjeó simpatías y detractores. Éstos, incluso los del propio club de sus amores (River Plate) no se cansaron de reclamarle un error clamoroso cuando en la final de 1969 entre Vélez Sarsfield – a la postre campeón por primera vez – y los millonarios de Núñez, pasó por alto una clara mano penal del defensor velezano Luis Gallo. Ahí decidió dejar el arbitraje.
Quien lo recuerda en este comentario se alista en las filas de los miles de oyentes que no podían conciliar el sueño sin escucharlo.
Su manera de ser, de hablar y hasta de vestir luciendo su inseparable boquilla, así como sus afectos (el futbol y las carreras de caballos en primer término), le hicieron acreedor de la definición de “porteño de ley”.
Su léxico bien popular, en el que el lunfardo siempre llevaba la delantera al español, también así lo definía en cuerpo y alma.
Divorciado de toda erudición, supo equilibrar esa notoria falencia y capturar la atención del público con conceptos directos, francos, distintos, que no aprendió en las aulas sino que atesoró en la universidad de la vida, con mucho andar, mucha calle transitada y sabiduría popular. Por eso hoy al irse deja un vacío.
El Obelisco seguirá en la 9 de Julio. El frenesí del andar del habitante bonaerense continuará su recorrido repetido e interminable por Callao, Corrientes o la peatonal Florida. Los “subtes” unirán siempre estaciones bajo tierra. Seguirán los fanáticos gritando goles y los “burreros” vibrando con los “pingos” en Palermo. Los teatros, las revistas, los cafetines y tantas tarjetas postales de la capital argentina también seguirán vigentes. Pero desde este sábado 12 de enero de 2013, Guillermo Nimo, que supo convertirse en un ícono de su Buenos Aires natal, se ha ido para siempre. Nos deja empero, el recuerdo de su andar auténtico, sin vueltas ni rodeos, pintoresco, directo, frontal, con su expresión inconfundible: “por lo menos, así lo veo yo”.