Por Gabriel Cazenave
Panam Sport resolvió hace unos días en Miami, por 28 votos contra 24, conceder la organización de los Juegos Panamericanos 2027 a Lima y no a Asunción. Una apretada decisión en la que el voto doble de Perú, como país ya Sede de este evento, hace solo cinco años, fue sin duda determinante.
Lima tenía la fuerza de lo tangible, por lo hecho en 2019, que fue altamente satisfactorio. Paraguay era un reto por demás ambicioso, con promesas por cumplir en materia de infraestructura, como la Villa Panamericana y algunas salidas ingeniosas como apelar a una alianza con El Salvador, país centroamericano, con playas en el Pacífico, distante más de 5.000 kilómetros del territorio paraguayo -sin salida al mar-, para acoger las competencias de surf.
En verdad esta solución no constituía un invento paraguayo, pues los Juegos Olímpicos Paris 2024 tendrán las competencias de este deporte, en Tahití, la mayor de las islas de la Polinesia francesa, también en el Pacífico.
Durante los Juegos Sudamericanos 2022, realizados en Asunción, la organización paraguaya se destacó por la calidad de sus escenarios, el fervor de los aficionados y la simpatía de su mascota Tirika. La euforia de este éxito elevó la autoestima y se plantearon metas más ambiciosas, como los Juegos Panamericanos Junior de 2025, que ya están concedidos a Paraguay, y el intento fallido de los Juegos de adultos del 2027 que en buena ley se los llevó Lima.
Paraguay apeló incluso a factores geopolíticos como la estabilidad para abonar su candidatura, argumentando que solo en 2028 habrá elecciones presidenciales en el país, en tanto que Perú debe realizarlas en 2026, un año antes de los Juegos.
La aventura de Paraguay, sin embargo, debe ser analizada también desde el punto de vista de la realidad de un país pequeño, con enormes carencias en educación, salud e infraestructura, en gran medida por la corrupción de sucesivos gobiernos, que fueron perfeccionado el repugnante hábito de la apropiación de los bienes públicos, instalado en las cúpulas de gobierno fundamentalmente durante la larga dictadora político militar del tirano Alfredo Stroessner (1954-1989).
Por ello, destinar 300 millones de dólares para solventar las exigencias de un evento de esta magnitud (5.000 atletas de 40 países), mientras existen escuelas públicas en las que los alumnos estudian bajo los árboles porque los techos de las aulas se cayeron o sanatorios populares en los que faltan camas, medicinas, aparatos de diagnóstico y médicos especialistas, no encerraba lógica alguna.
Además la experiencia dicta que las obras de infrestructura, terminan costando varias veces más que el valor inicial, con infaltables adendas, que generan una atmósfera de legítima sospecha en cuanto al verdadero destino de los fondos estatales.
La corrupción es el primer enemigo a vencer en el Paraguay. Si alguna vez se dan al menos los pasos iniciales en vías de ese objetivo, las posibilidades para alentar objetivos ambiciosos serán entonces mucho más factibles.
