A la edad de 89 años, dejó de existir el pasado jueves 27 de octubre, quien fue uno de los mejores extrenadores de boxeo profesional, el argentino Amílcar Brusa, un gigantón de casi 2 metros, y que por razones extradeportivas, tuvo que emigrar de su país a los Estados Unidos de América (se instaló en Los Angeles), allá por los años 70, cuando por ese entonces, el poderoso empresario del Luna Park, Tito Lectoure, monopolizaba el boxeo argentino. Con Lectoure, el santafesino (Brusa nació en la provincia de Santa Fe), mantenía tantas diferencias, que la mayoría de sus pupilos no eran programados en carteleras del Luna, por orden de Tito.
Por Santi Alvarez – salvarez@abc.com.py
Brusa fue un boxeador amateur de la categoría de peso completo y fue eliminado en las finales para conformar el equipo argentino, que iba a viaja a uno de los Juegos Olímpicos, lo que lo llevó a tomar la decisión de dedicarse a entrenar boxeadores, y entre esa búsqueda de valores, encontró la mina de oro, Carlos Monzón, que si bién no estuvo con el desde sus primeros años, se casaron (como se dice de alguna manera en el ambiente del boxeo), y no se separaron hasta el final de la carrera de uno de los más poderosos medianos que dió la historia, el gran Carlos Monzón, fallecido trágicamente en un accidente automovilístico, hace muchos años, en una de sus salidas de la cárcel, mientras cumplia los últimos años de prisión, acusado de haber asesinadoa su ex esposa, la uruguaya Alicia Muniz, luego de arrojarla desde un primer piso, de un chalet en Mar del Plata (Argentina).
La dupla Brusa-Monzón, recorrió el mundo siempre con éxito. Los mayores aplausos y reconocimiento de la carrera de Monzón, Brusa los recibió fuera de su país, donde fue reconocido como el Mejor Entrenador del Mundo por la Asociación Mundial de Boxeo en 1977, y sobre el final de su carrera, ya sin Lectoure, Brusa recibió el cariño y reconocimiento de sus compatriotas, lo reconoció el Gobierno argentino e ingresó al Salón de la Fama de Canastota EE.UU). Hasta sus últimos días asesoró a entrenadores y boxeadores, lo vimos hace unos 15 días, en uno de los rincones de una boxeadora argentina (sentado abajo, dando indicaciones), en transmisión de los sábados en un Canal de cable. Amaba el boxeo y no lo dejó hasta el final.
Tuve la oportunidad de conocerlo cuando regresó a la Argentina para entrenar por unos años, en el gimnasio de la Federación Argentina de Boxeo (en Buenos Aires), donde los entrenadores locales no lo miraban con buenos ojos, por esa envidia que existe en el boxeo, de creerse más que el otro. Brusa era un hombre exitoso, su tono de voz era muy fuerte, era recto, disciplinado en el gimnasio y no permitía haraganes en el entrenamiento y eso molestaba, pero una cosa es segura, sabía un montón.
Coronó a varios campeones mundiales, entrenándolos en la etapa final, poniéndolos a punto, para contiendas difíciles, era un estratega y un habilidoso en el rincón, sabía anticipar los hechos y todos sus pupilos subían a combatir respaldados de una gran preparación física, que el mismo supervisaba cada mañana, se levantaba muy temprano y no permitía que otro interfiera en su plan de trabajo.
Su experiencia le enseño a poner en práctica varios conceptos como por ejemplo -En los Estados Unidos no se puede ganar tirando dos golpes cada round-; hay que tirar -un mínimo de 100 golpes por round, y estar preparado para hacerlo-, manifestaba siempre.
A Paraguay lo unía un gran afecto, pues dirigió a Darío «Indio de Oro» Azuaga, con quien trabajó varios años y no pudo completar su trabajo, pues en aquel entonces repartía su tiempo entre Buenos Aires y Estados unidos; trataba con cariño de padre al boxeador concepcionero, en quien confiaba mucho -Escúcheme, se imagina las calles de Paraguay con pasacalles diciendo Darío Azuaga, campeón del Mundo, quédese tranquilo que así será-, me decía.
Dejó muchas enseñanzas en todos los entrenadores que estuvieron a su lado, y siempre se jugó por sus pupilos, los defendió hasta las últimas consecuencias. Fue de aquellos entrenadores que están en extinción. Nos dejó un Maestro con mayúsculas, que enseñó a defenderse a muchos boxeadores en el ring y por sobre todas las cosas en la vida.
Descanse en paz, Amílcar Brusa.