Por Horacio Galiano Flor – abomillo@hotmail.com
ASUNCIÓN, Paraguay, 11 de agosto de 2017.- Cuando un grupo de 12 jovencitas sube a un avión teniendo cada una la mochila a cuestas, parece poca cosa.
Cuestión mínima, detalle ínfimo que se traduce en un todo.
El hambre de gloria, el instinto de superación, el amor a la casaca nacional y, básicamente, a ellas mismas.
La participación de Paraguay en la presente edición de la AmericanCup, en Buenos Aires Argentina, acaba de concluir. Y nosotros no las denominaremos a sus integrantes Las Leonas, ni Las Panteras. Ni nada que se asemeje a ese tipo de motes.
Le llamaremos como lo que representan: Una familia.
Una hermosa y valorable familia que integran dirigentes que sueñan con que el básquet paraguayo puede resurgir de una buena vez, un cuerpo técnico liderado por Juan Pablo Feliú, conocedor como pocos (Perdón: Como nadie) de lo que es este deporte en un país que le adoptó como un hijo mimado y un grupo de jugadoras al mando moral, estratégico y humano de una Paola Ferrari feroz. Irrepetible. Única (87 puntos convertidos luego de 4 lances y 144 minutos sobre el parquet).
UNA REALIDAD
Cuando la competencia interna no es óptima, todo lo que se pueda conseguir cruzando una frontera es, desde ya, aplaudible.
En Paraguay la rama femenina no cuenta con más de 6 escuadras. Son generalmente 5 y un representativo debe descansar indefectiblemente.
Se juega una o dos veces por semana. Dependiendo de una serie de cuestiones, se programa un torneo anual o dos. Y de los doce meses del año, se ocupan solamente 8 o 9, en el mejor de los casos, para jugar.
Por eso se aplaude la gestión que acaba de consumarse.
Integrando el Grupo B de la competición, cerrando la zona con 4 presentaciones y un registro 2-2.
Tropiezos entendibles y esperables ante Puerto Rico y Canadá, vigente monarca.
Empero, campanazos llenos de realce contra Cuba y México. Países con un básquet más desarrollado en todo el sentido que se le quiera otorgar a esa aseveración.
Paraguay no solucionará sus problemas basquetbolísticos internos con un par de victorias a nivel internacional. Ni se cerrará alguna avenida principal del microcentro para festejarlas.
Sin embargo es una luz blanca tipo led que sirve de guía para un camino que no es corto ni sencillo. Por el contrario, extenso y sinuoso. El que transitaron todos los países que quisieron SER potencias. Y que han tenido un respaldo incondicional de un Estado que, por estos lares, invierte tiempo en otros menesteres.
¿CUÁL ES EL MÉRITO, ENTONCES?
Definitivamente, es un cúmulo de situaciones.
Éste no es un baloncesto profesional. Aquí no se vive del básquet. Se sobrevive para tener tiempo de practicarlo.
Sobran los dedos de una mano para contar las basquetbolistas nacionales de élite que hay. Y están en el Viejo Continente, con buenos contratos. En otro nivel.
El resto entrena en lapsos disponibles. Y es parte de los torneos caseros con mucho sacrificio, pundonor e ilusión. Algunas son esposas o madres. Otras, ninguna de las dos opciones anteriores, pero trabajan en oficinas, empresas o comercios casi tiempo completo.
Las chicas que han sido parte del Operativo Americup 2017 van a contarles a sus hijos la experiencia grata que han vivido.
Fueron. Dieron la cara y no cayeron por diferencias abismales de 30 ó 40 puntos. Ya no.
Empezaron a escribir una historia diferente. Que hoy ya tiene un prólogo hermoso que invita a ensayar una redacción excelsa en capítulos interiores.
El primer título de contenido, resaltado en negrita, es la clasificación al venidero Panamericano.
El desafío es no menor. Explayarse basquetbolísticamente hablando.